viernes, 26 de febrero de 2010
Artes Cotidianas
La otra es lo difícil que es decir que no. También caigo en la trampa del sí que me evita malos tragos sociales pero que me entrampa en malos tragos personales.
El mundo sería más sencillo si no pidieramos y no nos pidieran aquello que no deseamos hacer, o dar, o lo que fuere y si cuando esas cosas ocurren tuvieramos también el valor de decir no y la serenidad para aceptar que nos digan que no.
Entre el dar y el pedir a veces un NO a buen tiempo hace la diferencia. ¿Pero quién es tan guapo para decir todos los NO que debieramos?
Mientras voy anudando infinidades de si. Unos dichos con convicción, otros con amor sincero y algunos cuantos porque no me quedaba mas remedio o porque me faltaba valor para el NO.
Pero si algunos de mis si me han movido a dudas en algún laberinto de mi existencia, tengo una gran seguridad por los no que he pronunciado.
Decir NO es un arte, puede ser muy bueno y es un aprendizaje.
A veces también ayudaría el desarrollo del otro arte. El de no pedir lo que otros no querrían dar.
Bicho raro el ser humano
martes, 16 de febrero de 2010
Cueritos de canilla, libros, tiza, borrador y el guardapolvo bien limpito
Se trataba de una reflexión que me llevó por los caminos de la educación. No de la formación escolar -o al menos no sólo de ella- sino también de esa educación que se recibe en casa, y en la calle y de la que se adquiere con curiosidad y con interés por saber. De saber por saber sin que necesariamente tenga un fin práctico y de saber cosas prácticas para resolver pequeñas cuestiones de la vida cotidiana. Desde cambiar el cuerito de la canilla a llenar un formulario burocrático.
Creo -y esta creencia se funda sólo en algunas observaciones y en especulaciones a priori y no pretende ser un tratado científico- que la falta de creatividad y de iniciativa derivan de la combinación de algunos de los siguientes factores:
1- El abandono de la familia del rol educador.
2- La escasa predisposición a inculcar en los niños y los adolescentes capacidades que les permitan resolver problemas prácticos.
3- La ausencia de espíritu crítico. Nadie desea preguntarse por qué, para qué, de qué modo y mucho menos traza objetivos o líneas de trabajo.
4- El menosprecio por las normas y la incapacidad de asumir compromisos profundos. A menos responsabilidad, mejor.
5- La falta de lectura en general y de formación cultural extra escolar.
6- El desarrollo de un modelo educativo que privilegia la estadística y la contención social por sobre el rol formador de la escuela.
7- El desapego al horario, el orden y la disciplina.
En ese contexto es poco posible contar hacia el futuro con generaciones de argentinos creativos, entusiastas, emprendedores...
No digo que no los haya como fenómenos individuales -los hay y muy buenos- pero necesitamos de legiones de argentinos con un alto grado de desarrollo y capacitación intelectual y práctica para emprender los desafíos de la nueva centuria.
No son suficientes las buenas ideas si no hay capacidad práctica de ponerlas en funcionamiento.
No es suficiente la práctica si se carece de ideas.
No fructifican las ideas ni avanza la práctica cuando no se sostienen con constancia y disciplina de trabajo.
Ya imagino los comentarios que se vienen.
Aun así creo no equivocarme. Estoy convencido de que por este camino se puede construir una Argentina de Justicia y Libertad.
Y todo esto por charlar con un amigo...
Aún así se podría comer asado, tomar mates y vinos con amigos y disfrutar de un exquisito membrillo después de la cena
viernes, 12 de febrero de 2010
Un Lugar en el Mundo
http://www.youtube.com/watch?v=6JICiN-cx8A
miércoles, 10 de febrero de 2010
Uvas con sabor de Carnaval
Hace muchos años, treinta o tal vez más, el carnaval era un juego de vereda a vereda.
Era un tiempo en que los "grandes" jugaban batallas de agua a balde pelado y nadie se quejaba porque de camino al trabajo lo sorprendiera una guerra en la cuadra de los tales o los cuales en que se armaba la fiesta.
Se jugaba desde después de comer hasta entrada la tardecita. Después a bañarse porque marchábamos todos al corso que se hacía, como Dios manda, en la plaza adornada con luces de colores y grandes faroles chinos.
No había comparsas. En el desfile de carrozas destacaban las de Guinea que eran obras de arte. Las chicas más lindas de la ciudad se postulaban para reinas y las murgas barriales, que no eran murgas a la uruguaya, ponían el sonido monótono y pegadizo del parapám parapám.
Al corso íbamos todos. Los pobres, los ricos y la clase media. Desde el edificio del Centro Comercial arrojaban baldazos generosos para que el agua mojara a quien quiera que estuviera abajo y el placero tenía que quitar las manijitas de las canillas para que los chicos no inflaran globos en la plaza.
Después la fiesta se seguía en los bailes de División, de Rivadavia o Bajada Grande con orquesta en vivo, espuma y mascaritas gratis.
En mi cuadra jugábamos los Pérez, los Rodríguez, los Ferrari, los Jones, los Delerse, los Savio, los Ducret y los Richard. Muchos cargaban agua en la canilla del patio abierto de la Cata. Una especie de zona neutral en la guerra de mojar.
En ese patio había un parral.
Hace un par de días corte uvas en la casa de Cuqui. Mientras lavaba los racimos comía algunas y de pronto sentí en mi boca el sabor pícaro y alegre de aquellos carnavales de mi infancia.
Las uvas del parral de Cuqui tienen sabor de carnaval.
Un apunte más: El carnaval era feriado y su celebración no se salía del mes de febrero.
lunes, 8 de febrero de 2010
Es la bandera de la patria mía, del sol nacida, que me ha dado Dios...
Cruzando el claustro, en el centro de cuyo patio canta solitaria una fuente de piedra, se abre el portal de acceso a la que alguna vez fue el aula magna de la Universidad de Charcas. Una guía morena pero de razgos europeos explica como allí el vencedor de Ayacucho, Antonio José de Sucre, proclamó solemnemente la independencia del Alto perú con el nombre de Bolivia. Mientras avanza en su relato también camina en dirección de la sala contigua, más modesta que el gran salón que adornan los retratos de Bolívar y Sucre. Pasa de una sala a la otra olvidando que allí ocurrió un hecho más trascendente que la independencia de Bolivia. Pasa por allí sin contar que un 25 de Mayo de 1809 Bernardo de Monteagudo y otros patriotas darían inicio a la revolución de la América española. Del mismo modo olvida una sala pequeñita y oscura que guarda una historia olvidada.
En ese pequeño cuarto que la guía de turismo de la Casa de la Libertad de Sucre ignora, hay una vitrina de madera labrada y en su interior un paño raído, solemnemente desplegado sobre un fondo de rojo terciopelo con los bordes arañados por las guerras y el tiempo.
Hace ciento noventa y ocho años, en las barrancas de Rosario de Santa Fe Manuel belgrano inauguraba las baterías "Libertad" e "Independencia" para proteger las costas litorales del avance español enviado desde Montevideo. El 27 de febrero, no teniendo bandera, mandola a "hacer celeste y blanca conforme los colores de la escarapela nacional". Antes de que llegara la orden tajante del secretario del TRiunvirato, Bernardino Rivadavia, Belgrano debió partir hacia el norte y allí hizo bendecir por el cura Gorriti otra bandera. Con ambas marcho a la lucha. En septiembre de 1812 triunfó en Tucumán y repitió la victoria en febrero de 1813 en Salta. Continuó su avance hasta que fue destrozado por el enemigo entre octubre y noviembre de 1813 en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma. Hasta allí llegaron aquellas banderas de Rosario y Jujuy; y en ese lugar fueron salvadas de la desonra por un curita patriota que las escondió detras de un cuadro de Santa Teresa en la capilla del pueblo de Macha a once kilómetros del campo de batalla de Ayohuma.
En 1883 las banderas fueron encontradas por el cura de Macha y remitidas a Sucre en 1885. El gobierno de Bolivia reintegro una de ellas a la Argentina y hoy se conserva en el Museo Histórico Nacional. La otra, la blanca celeste y blanca izada por Belgrano a orillas del Paraná, duerme su sueño de altiplano lejos de las verdes barrancas que la vieron nacer. Tal vez debiera regresar a Rosario de Santa Fe el próximo 27 de febrero de 2012 cuando se cumplan doscientos años de su creación.
Mientras tanto duerme sileciosa su sueño de gloria en aquella vitrina de la habitación chiquita en la Casa de la Libertad.
Algunos hemos tenido el privilegio de conocerla y en un silencio infinito sentir la sangre hinchar el corazón. Sea este mi homenaje a aquella primera bandera de la patria y a Don Manuel Belgrano.
sábado, 6 de febrero de 2010
La más antigua del Río de la Plata
Ingresar a Asunción es como llegar a Paraná. Un poco más grande y un poco más sucia pero con la misma geografía quebrada de lomadas y barrancas, y con las publicidades callejeras escritas en castellano y en inglés porque el guaraní es un idioma que se habla pero que no escriben.
Asunción es muy verde, antigua, descuidada, como tirada sin querer sobre la costa con forma de U que dibuja el río Paraguay.
El taxi sin aire acondicionado y en el que el taxista saco una toallita amarilla y prolija para secarse la transpiración de las cuatro de la tarde nos llevo hasta la esquina del Palacio de Justicia de mármol blanco, monolítico y mal cuidado como casi todo.
Los paraguayos de a pie son amables y muy simpáticos.
Los colectivos viejísimos paran en cualquier esquina y un pasaje cuesta unos 2100 guaraníes.
La noche nos encontró recorriendo el centro histórico bajo una llovizna que bendecía los cuerpos sudorosos.
Asunción es calor y humedad. Tan tranquila como un pueblo de provincia y bulliciosa en la mañana del lunes como cualquier capital.
Los edificios históricos son hermosos. A pesar del descuido guardan los recuerdos de la colonia y la independencia. El palacio de los López, construido en la década de 1850, es de estilo italiano, muy blanco y bellísimo cuando se ilumina por las noches.
Asunción también es una ciudad de contrastes entre los autos modernísimos y la pobreza que se desparrama en todas las veredas, en todas las esquinas.
Ciudad muy custodiada por cientos de policías en las calles en las que se olfatear cierto filoamericanismo en la residencia presidencial vecina de la embajada norteamericana y entre las cuales, dice un taxista, hay un túnel.
En la avenida mariscal López están las embajadas y también las casas de los dictadores. Aquella era de Somoza, la otra de Pinochet y esta de más acá la de Lino Oviedo o la de Stroessner.
Hay muchas Asunción para conocer descubrir y entender envueltas en aroma de mangos y de flores que flotan en el aire. En una esquina un recuerdo de los tiempos jesuíticos y del Paraguay potencia de antes de la guerra de la triple alianza y también de este Paraguay despintado y pobre de hoy.
viernes, 5 de febrero de 2010
Iblin de Potosí
Se llama Iblin y no tiene más de 30 años. Es hija de mineros y ella misma trabajo seleccionando metales. Es viuda de un minero que no murió de silicosis sino de alcoholismo, otra de las enfermedades que afectan a los mineros. Iblin tiene dos hijos que van a la escuela porque ella no quiere que trabajen en la mina. Es guía de turismo en los laberintos helados, sofocantes y sulfurosos que que conducen al interior del infierno o al corazón del cerro Rico de Potosí, que es lo mismo. Un camino que esconde muertes horrendas como las que se desprenden del polvo y los vapores de arsénico, plomo y mercurio.
Los incas no quisieron sacar los metales del cerro Rico por temor a una profecía. Los españoles obligaron a trabajar a los indios y desde el virreinato de Toledo se implantó la mita. Durante el siglo XIX los barones del estaño Mauricio Hoschild, Carlos Víctor Aramayo y Simón Patiño esclavizaron a la población hasta que en 1952 se nacionalizaron las riquezas del cerro Rico.
Quinientos años de extracciones minerales. Quinientos años de injusticia y de muerte.
En el interior los mineros veneran al Tio de la Mina. Una especie de demonio que los curas usaban para meterles miedo y que los indígenas transformaron en ídolo de la suerte. Allí en las profundidades le levantaron un altar y lo ofrendan con coca, alcohol, cigarros y serpentinas de colores. Afuera, a la luz del sol, bailan por nuestra Señora del Rosario.
Allí en el cerro Rico o en el cerro hambriento de Potosí los hombres siguen muriendo envenenados antes de los 45 años.
Iblin no quiere que sus hijos mueran jóvenes. Cambió sus tareas de minera por las de guía turística. Masca coca y arroja dinamita como cualquier hombre pero sus changos van a la escuela.
Iblin quiere cortar la cadena de venenos que sacrificó a sus antepasados a la plata y al estaño.
El cerro Rico es claustrofóbico. Uno de los trabajos más duros que puedan imaginarse. Mete miedo y da vergüenza de los anillos de plata.
En la cabeza no para el estribillo de aquella canción: "aunque mi amo me mate yo a la mina no voy. Yo no quiero morirme en un socavón".
El cerro Rico de Potosí se encuentra a 4800 msnm. Domina toda vista desde la ciudad con su forma cónica casi perfecta. A sus pies una ciudad tranquila y parsimoniosa que se despierta tarde y reposa temprano a 4067 msnm.
Mil iglesias y callecitas que caracolean sus empedrados.